La última tarde agosto
posee una gravedad espesa y burocrática,
sin soluciones ni tutía
para los bañistas o los fotógrafos,
ni tan siquiera
para aquellos que aguardan un milagro
en el calendario
que no los arroje a una realidad
sin gaviotas.
Esta última tarde entrega
-eso sí escrupulosamente envuelto-
un paquete de nostalgias tempranas
a sus últimos habitantes
y se despide con una sonrisa
seca de funcionario,
un hasta mañana sin convicciones
que va dejando en la playa inhóspita
un olor a tinta de sello
y a carpetazo limpio.
Iván Onia Valero